Dos días de viaje, 14.000 Km entre autobús, dos aviones y 3 trenes... y todavía no he llegado.
Escribo desde mi confortable asiento en un tren que circula por Suecia en pleno mes de Enero. Son las 5 de la tarde y todo es oscuridad a mí alrededor.
Hace unas horas, mi avión llegaba a tierras suecas. El comandante anuncia que va a empezar con las maniobras de aterrizaje. Me acerco a la ventana y miro la tierra que se va acercando... No sé que esperaba yo, o que esperaríais de Suecia en general, pero lo que vi me indigno muchísimo.
No había rastro alguno de nieve, de echo, a vista de pájaro, todo eran bosques y lagos, por todos lados... No tengo nada en contra de los bosques y los lagos, pero cuando llegas por primera vez a Suecia en pleno mes de Enero lo que menos me esperaba era encontrarme una bonita tarde soleada.
He visto poco de Estocolmo, porque he cogido directamente un tren desde el aeropuerto hasta la estación central. Una vez allí, mi prioridad fue buscar alimento... allí estaban las clásicas franquicias de comida rápida, pero he preferido experimentar un poco.
Lo malo es que no había cambiado mucho dinero –aquí se usan coronas suecas, y no euros- y los restaurantes eran bastante caros, así que he comprado una especie de bocadillo típico –o al menos eso aseguraba el camarero que me atendió- y me tomé el café con un pastelillo también típico de aquí, que era como una ensaimada con un poco de mermelada en los pliegues.
Dentro de poco llegaré a mi destino, solo me falta hacer un trasbordo en la próxima estación de tren y ya habré llegado a mi destino. Växjö
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